David de la Iglesia

Director de Diseño @ Mercadona Tech - We're hiring!

El término “apatía” proviene del griego apatheia, viene a significar “sin pathos”, es decir, sin emoción. Podríamos decir que es una enfermedad del alma que nos desmotiva y nos priva de “pasión”, aquello que nos empuja a lograr metas más elevadas.

Hoy, la apatía está afecta a muchos diseñadores, alimentada por varios factores que amenazan con apagar nuestro fuego creativo:

1. El dominio de las herramientas

Productos como Figma han democratizado el diseño, pero también tratan de modelar la percepción del rol del diseñador como el de un operador técnico. Este fenómeno es como una silla de plástico: funcional y barata, pero carente de alma. Si no ponemos límites, el diseñador se convierte en un mero ejecutor de tareas, y el diseño, en un producto genérico y sin carácter.

La creatividad necesita espacio para respirar, para equivocarse, para plantearse preguntas profundas. Si la herramienta dicta el proceso, nos alejamos de ser creadores estratégicos y nos reducimos a meros replicadores de patrones.

2. Deshumanización de la comunicación

En este mundo donde todo parece resolverse con un mensaje de Slack, hemos cambiado la profundidad del diálogo por la rapidez de los textos breves. Si apostamos por el esfuerzo colectivo— donde un equipo reemplaza la figura individualista del diseñador visionario — debemos entender que la colaboración no se construye solo con eficiencia, sino con conexión humana, necesita emociones compartidas, conversaciones que desafían y apasionan. Los emojis nunca reemplazarán al trato directo, es como intentar encender una hoguera con una linterna: tal vez ilumine, pero no calienta. Nada sustituye el poder de una conversación cara a cara, donde los gestos y las palabras construyen conexiones auténticas. La apatía crece en estos vacíos de interacción genuina, en estos “¿qué tal?” enviados sin esperar respuesta real.

3. Falta de propósito

Diseñar sin propósito es como remar en un barco sin timón: mucho esfuerzo, pero sin avanzar hacia ningún puerto. Demasiados diseñadores trabajan sin saber cuál es el objetivo real de lo que hacen.

A menudo nos contratan para “hacer algo bonito”, como si el diseño fuera maquillaje. Pero la belleza sin función es una carcasa hueca, y el diseño sin propósito, un trabajo condenado al olvido. La apatía germina cuando sentimos que lo que hacemos no importa, cuando el impacto de nuestras decisiones se pierde en la indiferencia. Tarde o temprano esto termina minando la moral de cualquier diseñador.

4. El reinado de los KPIs

Medir resultados es necesario, pero convertir los números en nuestro único faro es peligroso. Cuando el diseño persigue métricas en lugar de experiencias, pierde su conexión con las personas. Es como cocinar siguiendo estrictamente las calorías en lugar del sabor: se puede cumplir el objetivo, pero el resultado será insípido. Esta desconexión con el usuario no solo enfría nuestra creatividad; también diluye el impacto humano de nuestro trabajo.

5. Desconocimiento del rol

Muchos diseñadores no saben por qué están en sus equipos. Asumen que su trabajo es cumplir órdenes y ejecutar lo que les piden. La rutina se convierte en un carrusel interminable: giramos, pero no avanzamos.

Es como olvidar que somos arquitectos de experiencias, no albañiles de píxeles. Cuando dejamos de cuestionar, de proponer, de liderar desde nuestra disciplina, caemos en una rutina vacía que apaga nuestra energía y pasión.

El precio de la apatía

La apatía es un veneno silencioso. Se cuela en los equipos, apaga el entusiasmo y convierte el diseño en una rutina mecánica. Su impacto no es solo interno, también lo sufre el usuario que encuentra productos sin alma, y el negocio, que paga el precio de la falta de dirección y propósito.

¿Cómo combatir la apatía?

La cura está en reconectar con la esencia del diseño. Volver al propósito. Recuperar el diálogo. Cuestionar el porqué de cada decisión.

La apatía no se combate con fórmulas mágicas, sino con pequeños actos diarios de liderazgo, reflexión y conexión.